La dicha es mucha en la lucha


Primera caída: ah qué tiempos señor don Simón
Todos tenemos un lado oscuro, un amor prohibido, una afición malsana y vergonzosa. La mía fue durante mucho tiempo la lucha libre. No crean ustedes que me refiero al pendejo espectáculo de la AAA, que Televisa explota domingo a domingo. Deploro el show de los insultos actuados, la ridícula cursilería de los atuendos, los nombres rebuscadamente estúpidos. Ese circo mediático nada tiene que ver con lo que fue mi más grande afición semana a semana, en la Arena Puebla, en la Cancha de San Pedro.
Cuando digo que de niño mis ídolos eran Tinieblas, Huracán Ramírez, Ray Mendoza, El Solitario, El Rayo de Jalisco, Blue Demon, caigo en la cuenta de que hay una generación de diferencia, porque ahora todos los luchadores tienen los mismos nombres, pero con el inevitable “Jr.”. Cuando recuerdo a El Vagabundo, El Matemático, El Lince, Las Muertes de la Barranca, Dos Caras, El Cóndor, León Negro, advierto que viví en un submundo, algo así como el cajón de hasta abajo del último armario del cuarto de los trebejos. Un día de mi muy lejana adolescencia me vi en gayola de la Cancha de San Pedro, gritando como marichi mariguano, coreando las hazañas de una runfla de albañiles disfrazados de luchadores. Era más patético que Nacho Libre y Esqueleto. Me sentí avergonzado, salí de las luchas para no volver jamás.

Segunda caída: androide con cara de Capulina
Pero para que se vea que un viejo amor ni se olvida ni se deja, en fecha reciente he adquirido una afición quizá más penosa: me he vuelto coleccionista de películas de El Santo. Al principio eran cosos tópicas, como Santo contra Las Lobas, Santo, Blue Demon y Mil Máscaras contra las momias de Guanajuato; más tarde, la desquiciada Santo y Blue Demon contra Drácula y el hombre lobo, la larga zaga de los “contras”: Contra la invasión de los marcianos, Contra el rey del crimen, Contra los secuestradores, Contra la mafia del vicio, Contra los villanos del ring, Contra los zombies, Contra el cerebro diabólico, Contra el doctor muerte.
Cada una de éstas, una lograda victoria de la chabacanaría sobre la inteligencia: tramas perfectamente inconsistentes, destrucción absoluta de la lógica en manos de la edición caótica y la chafez descarada e irredenta. Cada movimiento de cámara, un nuevo desatino, cada actuación, un penoso logro contra la dislalia. Y la figura encapuchada de don Rudy Guzmán, barriga de por medio, mostrando que el bien triunfa sobre todo, menos contra los directores sin cerebro. (Guardo para lo último la mención de dos joyas: Santo contra Capulina, donde el enmascarado de plata se enfrenta a un androide con la forma del seudocómico; y Santo y Mantequilla Nápoles en la venganza de la Llorona, que en el nombre lleva la fama).

Tercera caída: en un ratito que tenga tiempo
Ahora, en el escalón más bajo de esta baja pasión, he concebido un crimen sin nombre, que reservo sólo para los lectores de esta Fe de ratas: estoy escribiendo un guión para una película de luchadores. Aclaro que no sería necesariamente una parodia, sino una recreación de las anteriores: en rigor, no se puede parodiar lo que ya es una parodia.
Para evitar problemas con los derechos de autor, cambiaría los nombres de los protagonistas, que serían Chancho (la máscara de plata puede tener apéndices porcinos) y Blue Lemon.
En el uso de la exageración barroca, aparecerían por igual todos los archienemigos de la pareja justiciera (momias de Guanajuato, mujeres vampiro, hombres lobo, hijas e hijos de Frankenstein, y ya con ganas de fregar, hasta Freddy Krueger, Jason, Michael Myers -el de Halloween-, el Chupacabras, La Llorona, Madrazo, El Peje, Chente y Martita y cuanto engendro se me ponga enfrente) y los archiamigos (Mil máscaras, Gerardo Reyes, La Tigresa, Brozo, Felipe Calderón, el Doctor Simi y otros luchadores de la justicia).
No he escrito ni media cuartilla, pero ya tengo el título rimbombante: “Chancho y Blue Lemon contra la venganza del hijo del regreso de la invasión del bisnieto de las momias de Guanajuato y el hombre lobo, parte dos”.
Estén atentos.

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