Mi personaje inolvidable: la maistra


Elba Esther (así, sin apellido) ha logrado lo que pocos personajes en la historia de México: registrar su nombre, hacerlo sinónimo de disparate discursivo, volverse ícono con su vestimenta ostentosa y de mal gusto, con sus peinados, en perfecta consonancia con su vestir y en su habla dislocada y fallida. La imaginaríamos en el patio de una escuela rural, tratando de hilar una loa a los-héroes-que-nos-dieron-patria, henchida de patriotismo ingenuo, esforzándose inútilmente en leer las efemérides o un poema a la madre. Pero no: su escenario era siempre el del poder, a un lado del presidente de la República, encabezando o acompañando a uno de los tres poderes. Que este personaje de opereta se encumbrara hasta dominar al sindicato más grande de América Latina, que pudiera dilapidar dos millones de pesos al día, que lograra remover a la secretaria de Educación y tuviera un partido propio, debe ser el equivalente al sueño americano a la mexicana.

La internet no será la misma sin ella: plagó de videos a YouTube con sus innumerables errores, con el derroche de su ignorancia en los temas más elementales: el descubrimiento del virus AHLNL; su declaración de deformar a los niños de México (sic); la determinación del número 2mil 35 mil doscientes (re sic), cuya aplicación en las matemáticas es profunda aunque hilarante; nos llenó de orgullo al habernos otorgado la medalla de oro en béisbol en las olimpiadas de Londres; reveló la importancia del precio internacional del pretróleo (recontra sic); señaló peligros como la emergencia epimediológica (lo que siga sic) y una larga lista que nos llevaría de la risa loca a la vergüenza ajena: ¿y ésta era la lideresa de los profes?

 

Crimen y castigo

Pero entendámoslo: la generosidad con que nos otorgó toneladas de jugo de nopal no nos debe distraer: la simpatía natural que nos genera el comediante no le gana indulgencias al delincuente. Porque Elba Esther lo es y no hay duda al respecto.

No nos referimos aquí a los dos mil millones de pesos que pasaron por un intrincado diagrama de flechitas hasta los bolsillos de la maistra. Éste es el punto en que la procuraduría deberá exhibir sus pruebas y mantener a la lideresa en cárcel. Pero a lo que se ve, le seguían la pista desde hace tiempo, porque desenmarañar esa trama de complicidades que puestas en el papel parecen una telaraña, les debió haber llevado un par de años.

Que casualmente tuvieran armado el caso contra Elba Esther el mismo día que el SNTE iniciaría su cónclave para enfrentar a la Reforma Educativa no tiene precio. Demuestra que en política las cosas ocurren cuando deben ocurrir. A quien madruga Dios le ayuda y el gobierno federal le madrugó –y feo- a la profa.

No importa si esta cantidad es sólo lo que logró desviar a lo largo de los últimos años de su larga gestión, que ya no será vitalicia. La presentación de pruebas ante los jueces es un trámite y es indiferente si tiene o no éxito, porque el efecto que se quería está hecho: descabezar a un enorme y domesticado sindicato que estaba a punto de volverse un dolor de muelas. La verdadera condena para Elba Esther no es ir a la cárcel por el delito de peculado: es dejar a la gallina de los huevos de oro (huevos Faberge, en este caso) perder a su sindicato, probablemente a su partido y dejar a otras manos los seis millones y medio de pesos al día que representaba el sindicato de maestros.

 

La guerrera y el chupacabras

Y en la condena se revela la falta: si creyó que el poder era suyo, se equivocó. Estaba ahí para coadyuvar al poder, para pastorear el rebaño y encauzarlo por el camino que le señalara el mandamás. Su culpa es simple: creérsela. Ayudó a Salinas de Gortari a doblegar a Carlos Jonguitud Barrios, fue aliada activa de dos presidentes priistas, se plegó a dos presidentes panistas. Pero el día que creyó que podía levantar la cabeza por sí misma, simplemente la decapitaron.

Aquí no hay justicia. Es solo la ley de la acción y la reacción. Hablo de falta y de castigo, no de delito y sanción. La justicia, creo, implica voluntad, antes que necesidad o conveniencia. Se hace justicia porque se debe hacer, no porque nos andan moviendo el tapete.

Pensar que podía enfrentar al gobierno federal (que ya parecía convencido en darle su jubilación) o creer que iba a morir “como una guerrera” era sólo una ingenuidad imperdonable en quien conoció a fondo los mecanismos de la traición y la deslealtad. No iba a morir con una dignidad que en ningún momento se ganó. Fue desechada como una pieza inservible y anacrónica de una nueva maquinaria.

 

Una Elba Esther en cada profe te dio

Pero sí cometió delitos y tan graves o más que los que le imputan. Y son tan evidentes que no merecen la presunción de inocencia que es necesaria en la aplicación de la justicia.

Me refiero a ese desastre que es el sistema educativo mexicano. La juventud de “ola ke ase” le debe mucho, demasiado, a este prototipo. En cada escuela de México hay una Elba Esther que confunde términos, que inventa palabras, que desorienta y desinforma a padres y alumnos.

El latrocinio de Elba Esther tiene un costo más elevado que cualquier presupuesto: el retraso de los alumnos. Olvídense de las miles de horas de clase perdidas en reuniones sindicales, marchas, plantones o por conmemoraciones de fechas históricas que los propios maestros ignoran. Olvídense de que esas millones de horas hombre nunca serán descontadas de sus salarios. Olvídense de los miles de millones de pesos que encontraron mejor destino en sus cuentas bancarias. Olvídense de los miles de maestros que están “comisionados” por el SNTE, es decir, de aviadores o haciendo labores políticas y pagados con dinero público.

En cada niño que diga pretróleo o epimediológico o que invente números raros y que ya de adulto no encuentre empleo o haga un trabajo para el que claramente no está capacitado, sabremos que el ciclo se cumplió. Elba Esther habrá dejado huella. Ese será su legado y también su crimen. Pero por ése no recibirá castigo.

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