Laura, la innovadora

El periodismo es oficio y ciencia. En ese sentido tiene forma y fondo que, como dijo Jesús Reyes Heroles padre, son lo mismo en términos de hacer política. Pero en México la heterodoxia periodística se nos da en forma natural e inventamos géneros periodísticos a tutiplén. Ponemos opiniones en primera plana como si fueran noticias, adjetivamos la nota con total cinismo, que atribuimos a la libertad de expresión. La división entre los géneros de opinión y los informativos es una frontera porosa que brincamos con alegría de un lado a otro.

Un paso adelante se ha logrado con la participación de la inefable Señorita Laura. Si bien en el terreno del talk show sólo ha perfeccionado los modelos preestablecidos, hoy se le pueden atribuir por lo menos dos nuevos géneros del todo desconocidos en nuestras latitudes: la noticia-ficción y el debate de lavadero.
La evolución era natural. Participando diariamente en sus montajes de “casos reales” en los que emplea actores improvisados para alimentar la provinciana morbosidad de la teleaudiencia, era lógico que el escenario de desastre nacional se pudiera convertir en set televisivo para una conductora audaz como ella. Fingir un rescate en helicóptero, cortesía del gobierno del estado de México, era sólo dar el paso siguiente. Difundir un boletín donde se anunciaba que había estado a punto de morir en un pantano fue el toque genial para darle credibilidad. El único referente es el trabajo radiofónico de Orson Welles en La guerra de los mundos, sin el glamur televisivo.

Es difícil saber si lo que siguió fue parte de este plan maestro o producto del azar, pero en política y en periodismo no existen las coincidencias. Reporteros de Proceso descubren el montaje e ingenuamente lo denuncian. Carmen Aristegui le da difusión. El resto es historia. La defensa histérica de sus bracitos, que en efecto cargaron despensas, la alusión infalible a su virgencita de Guadalupe, que vaya que la ha protegido, el reconocimiento honesto e innecesario de su naquez, el debate que no se define por quién tiene la razón, sino por quién grita más o quién pela más los ojos, es la culminación de un proceso de profundo conocimiento de los resortes más elementales del teleauditorio.
¿Qué importa si usó recursos públicos para fines privadísimos? ¿A quién le importa un rábano la veracidad de los casos que presenta cotidianamente? ¿A qué bote de basura van a parar las absurdas peticiones de expatriación de la exseñora Fujimori? Nadie quiere verdades sino hermosas mentiras o por lo menos mentiras interesantes y morbosas que nos entretengan hasta la hora de la telenovela.

De eso trata la televisión, de exornar la realidad, de recubrir de fantasía nuestras patéticas existencias, de hacernos creer que la vida cotidiana del ama de casa maltratada por su marido es digna de representarse en cadena nacional. Como hubiera dicho Marx, la televisión es el opio de los pueblos. Y la Señorita Laura es una pequeña dosis que devoramos con avidez.

No hay comentarios:

Publicar un comentario