Declaración de guerra


La mañana del 26 de enero de 2017 el presidente Donald Trump lanzó un ataque a mansalva: reiteró su propuesta de que la construcción del muro fronterizo sería pagada por México “de alguna forma”; tuiteó que si el presidente mexicano no estaba dispuesto a pagarlo, entonces no se debería llevar a cabo la reunión que se preveía para el martes 31 de enero; que el TLC era un acuerdo “de un solo lado”, que había provocado la pérdida de empleos y empresas allá; finalmente, que México pagaría el muro con una tasa arancelaria del 20 por ciento para todos los productos mexicanos, lo que en la práctica pone fin al TLC.

En conjunto, todas estas medidas representan una declaración de guerra más artera que el ataque a Pearl Harbor, pero no del todo inesperada. Mientras, el presidente Enrique Peña Nieto consultaba si debía o no ir al encuentro con Trump.  Finalmente, al mediodía de ese funesto jueves, anunciaba que no iría a la reunión, cuando desde las ocho y media de la mañana el mandatario norteamericano ya la había liquidado con un tuit.
Esta tardía reacción, digna de un zombi catatónico, ha sido típica de la relación Peña Nieto-Trump. El inquilino de la Casa Blanca juega las piezas blancas y el de Los Pinos se concreta a reaccionar cuando ya no tiene de otra. Y el error de cálculo es hasta cierto punto comprensible: Peña Nieto es un político y Trump es un entertainer que ha participado en funciones de lucha libre y en reality shows humillantes. Su actuar es simple, esquemático, atípico y por ello mismo, inesperado.
Pero si al presidente mexicano lo han acorralado para que enfrente al norteamericano, al norteamericano lo mal aconsejaron con soluciones exprés. El día anterior no sabía cómo se costearía el muro. De hecho, en entrevista con la TV estadounidense, afirmó que era “algo complicado”. A mediodía del 26 de enero ya tenía la solución mágica.
Aquí cabe tomar en cuenta la opinión del premio Nobel en Economía Paul Krugman, quien afirma que este recurso de aumentar aranceles a productos mexicanos revela “ignorancia e incompetencia” sobre cómo funcionan los mercados. Según el también ganador del premio Príncipe de Asturias, la reacción es visceral y por ello se le ocurre a Trump la implantación de un impuesto que, a la larga, “será pagado por los consumidores estadounidenses, no por los productores mexicanos”.
Así que no hay necesidad de armarnos con charpes para pelear contra metralletas. Sí, vienen tiempos difíciles, pero no el apocalipsis. El mundo es demasiado complejo como para que se pueda gobernar con berrinches.


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