Amor y odio


Maldecir las absurdas medidas de Donald Trump y corear el triunfo de los Patriotas de Nueva Inglaterra en el Superbowl puede parecer una contradicción propia de los tiempos confusos que vivimos. Nada más equivocado. Podemos deleznar todas y cada una de las iniciativas presidenciales y emocionarnos por el juego que los campeones escenificarán en México contra los Raiders de Oakland o Las Vegas, lo que corresponda para entonces. Podemos disfrutar del show de Lady Gaga y de muchos cantantes norteamericanos de pop o de rock o de jazz o de cualquiera de los ritmos que aquella nación ha legado al mundo. O emocionarnos por la próxima entrega de los Oscars y empezar el maratón de películas nominadas (una por noche) para tener por quién apostar.

La asistencia marabúntica de turistas a las playas mexicanas, el consumo masivo de tacos y burritos, el gusto por el tequila y la comida picante, son otros tantos rasgos que nos acercan a nuestros vecinos. Y este es sólo el aspecto más superficial de nuestra relación. Más importante es la presencia de mexicanos en aquella nación: once millones sólo en California, tal vez 35 millones en toda la Unión Americana. Familias que se han formado del otro lado de la frontera, mexicanos que sólo hablan inglés y que ya no conocen más nación que la de las barras y las estrellas.
El intercambio comercial entre ambos países ronda los 600 mil millones de dólares anuales. Para México, Estados Unidos es su primer mercado externo; para los norteamericanos, México es el tercer socio comercial. Esto genera inercias y necesidades a ambos lados de la frontera, relaciones que nunca se han visto obstruidas por el muro que, parcialmente, separa a ambas naciones.
Pese a esta vinculación comercial, cultural y étnica, acciones xenofóbicas se siguen presentando en ciudades norteamericanas por parte de organizaciones de derecha, nacionalistas, supremacistas blancas, neo-nazis y el mismísimo Ku Klux Klan, que aún tiene presencia en el sur norteamericano. Las iniciativas anti-inmigrantes no las inventó Donald Trump: para muchos mexico-norteamericanos han sido una forma cotidiana de agresión.
Y pese a ello, y a que en México también surgen voces trasnochadas que llegan al extremo de proponer la “reconquista” de los territorios del norte, el vínculo entre ambas naciones es indisoluble. Compleja, contradictoria y riquísima: admiración, recelo, incomprensión y en ocasiones, un poco de respeto.
Porque al margen de la ríspida historia del vecino rico y el vecino pobre, de la pérdida de los territorios del norte en una guerra que varias voces en el país del norte señalaron como cruel e injusta, al margen de que la nación de los bravos y los libres haya crecido a nuestras costillas, lo cierto es que a lo largo del siglo XX y lo que va del XXI se ha creado una nueva relación en la cual hay más de amor que de odio, aunque ambos sentimientos subsistan en los dos lados de la frontera.


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