Requiem por el PRD


Inmerso en una historia de “corrientes” o “tribus” que son un muestrario de micro territorios de liderzuelos, demostraciones palmarias de que más vale ser cabeza de ratón que cola de león, el Partido de la Revolución Democrática es una franquicia que se ha subdivido hasta lo subatómico. Sin un verdadero plan de acción conjunto, sin nada que lo articule como partido más que las ambiciones de sus usufructuarios, su acción se reduce a lo corporativo, al acarreo inmisericorde de votantes y a la espera de las dádivas, que pueden ser las cuotas recaudadas en una delegación, las dietas de una diputación o la impunidad para seguir cobrando alcabalas a sus agremiados.

Surgido en 1988 de una necesidad de democratizar la asfixiante vida política del país gobernado por el partido único, el Frente Democrático Nacional fue un esfuerzo de varios grupos por dejar de serlo. El fuerte liderazgo de Cuauhtémoc Cárdenas hacía posible atenuar las líneas que separaban los territorios de las corrientes, aunque nunca pudo borrarlas. La composición de este rompecabezas político y de los intereses que implicaba era mucho más fuerte.
Tras la insistencia de Cárdenas, que fue percibida como un empecinamiento personal, al margen de los intereses superiores de la patria, y a causa de enfrentamientos intestinos (una enfermedad crónica en esta fuerza política) el PRD se derrumbó en la elección del año 2000. Y cuatro años después, los escándalos de corrupción que se transformaron en “videoescándalos” le restaron esa aura de “pobres-pero-honrados” para mostrar al partido y a sus principales dirigentes como una casta corrupta de demagogos, es decir, como cualesquiera otros políticos.
Su segundo momento de brillantez llegaría en la elección de 2006, cuando un nuevo liderazgo, esta vez no “moral” sino mesiánico, pusiera en jaque al sistema, aunque ahora el enemigo fuera el candidato panista Felipe Calderón. Producto de este medio contradictorio, Andrés Manuel López Obrador se mostró simple en su propuesta, pero oscuro en sus acciones, que incluían de manera reiterada su desprecio por las instituciones y el orden constitucional. La añeja idea del hombre que está por encima de las leyes y cuyos fines justifican sus métodos.
Extrañamente, este mesías de la izquierda podía estar por encima de la legalidad, pero no por encima de las corrientes. Y aunque él fuera la cabeza visible, el “presidente legítimo”, hay fuerzas invisibles, muchos pequeños poderes atrás del trono, tribus que han secuestrado al PRD para su beneficio. La única posibilidad era salir del partido que él había apuntalado. Y decir, parafraseando a Pedro Páramo: “me cruzaré de brazos. Y el PRD morirá de hambre”.

Hoy, el llamado Sol Azteca, un frente formado por no menos de quince corrientes, se desmorona en pugnas internas donde los caudillitos de siempre se arrebatan sus despojos. ¿Vale la pena? A juzgar por la fortuna personal que la mayoría de ellos han amasado (“Chuchos”, “Bejaranos”, “Amalios” o como se hagan llamar), claro que sí. Si lo medimos por su papel efímero en la historia de la política mexicana, no tiene importancia.

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