Cerdos, cochinos, marranos




Corruptos, corruptitos, corruptotes, corruptazos. Las campañas electorales (y particularmente la que culminará con la elección del nuevo gobernador del Edomex) son un acto de exhibición mutua que pretende, antes que exaltar las virtudes del candidato propio, denostar, evidenciar, denunciar y colocar el rótulo de corruptos a todos los adversarios. Nadie se salva, nadie tiene nada que presumir.


De ahí la larga lista de “revelaciones” que involucran videos, espionaje telefónico, reportajes demoledores donde se cuantifican las fortunas amasadas a la sombra de la omisión o la complicidad de las autoridades y comerciales más o menos cómicos, más o menos ofensivos, más o menos denigrantes. No se trata de votar por el mejor, sino descubrir quién es el más corrupto.

Esta mercadotecnia política cavernícola no solo envilece a los candidatos que recurren a la publicidad negra: empobrece al proceso, convierte a la democracia en un ring de lodo y a los partidos, en guaridas de rufianes electorales. Y no es que no lo sean: es que no puede ser que candidatos, partidos y equipos de campaña acepten que eso es lo único que puede hacerlos ganar: demostrar que el contrincante es peor que uno.

Pero caminar por ese sendero tiene riesgos desiguales. Cierto que robar un peso es delito lo mismo que robar un millón. Pero puestos en ese camino, los candidatos priistas llevan un largo trecho de ventaja a los panistas y morenistas. Los desfalcos, desvíos y atracos en contra del erario por parte de los gobernantes del tricolor no tienen parangón. En el top 10 de los exgobernadores más corruptos sólo un panista, Guillermo Padrés, de Sonora, y un perredista, Ángel Aguirre, de Guerrero, pueden figurar al lado de los paladines de la corrupción: César Duarte, de Chihuahua; Tomás Yarrington, de Tamaulipas; Fausto Vallejo, de Michoacán; los hermanos y gobernadores consecutivos de Coahuila, Humberto y Rubén Moreira; Jorge Herrera, de Durango; Egidio Torre, de Tamaulipas; Alonso Reyes, de Zacatecas; y el campeón de campeones, Javier Duarte de Veracruz. Sus indiscreciones financieras suman 300 mil millones de pesos, al menos. A su lado los 500 mil pesos recibidos por “la profesora Delfina” (según el más reciente videoescándalo) para entregárselos a López Obrador parecen la propina de un viene-viene. Y si nos atenemos al abanderado priista, Alfredo del Mazo III, habría que escribir largo sobre esta dinastía que ha usufructuado el poder en el Estado de México.

De acuerdo a las campañas oficiales y a los manejos extraoficiales, todos son corruptos en mayor o menor medida. Para saber quién es mejor habrá que ver quién da más despensas, cachuchas o playeras. Y para saber quién es peor nos tendríamos que remitir al comercial con el que AMLO hace la campaña de Delfina: quiénes reparten cerdos, puercos, cochinos, marranos. Porque todos son cochinos, pero unos, mucho más trompudos.

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