Del videoescándalo

(considerado como una de las Bellas Artes)



La palabra videoescándalo es la puerta de entrada a una torre de Babel. Se pretende  encuadrar casi cualquier grabación (subrepticia o no) en este fenómeno viral. Es necesario colocar los proverbiales puntos sobre las íes para evitar mayor confusión. Señalo como obligatorias las siguientes características:

1.    Debe ser evidencia de la comisión de un delito. No más videos de personas desnudas o semidesnudas, menos aún si son grabaciones consensuadas. ¿A quién le importa si una maestra o una “reina de belleza” se muestra en paños menores, si la grabación es para su pareja? Seamos serios, por favor.

2.    Debe involucrar a personajes públicos.  Sorprender en actitudes escandalosas a Juan de las Pitayas equivale a nada. La importancia de un dicho o un hecho deriva de quién lo lleva a cabo. ¿Orinó en público? No importa. La pregunta es ¿quién?

3.    Debe tener interés público. Esto es crucial. Si no, entenderíamos que todos los actos de una personalidad pública también lo son y esto es absurdo. Si se baña o si tiene sexo es parte de su vida privada y a nadie debe importarle. Queda excluido de esta lista el uso de recursos públicos para beneficiarse en forma personal.

4.    Debe representar algo fuera de lo común. Tal vez este punto sea discutible. Pero la grabación subrepticia de un agente de tránsito recibiendo mordida no es un videoescándalo ni de relajo. Primero, por lo rascuache del funcionario. Segundo, por lo ínfimo del soborno. Tercero, porque no es la excepción, es la regla.

Los verdaderos conocedores hemos agradecido la filmación del alcalde perredista del municipio de Benito Juárez (Cancún), Quintana Roo, Julián Ricalde Magaña, recibiendo fajos de billetes de manos del ex presidente municipal, Jaime Hernández Zaragoza.

En este video están presentes todos los elementos del videoescándalo clásico: la entrega de gruesos fajos de billetes, sobres misteriosos y una edición tramposa que nos impide saber cuál es la verdad del origen y destino del dinero.

Y su adéndum: la sarta de declaraciones contradictorias que pretenden explicar lo inexplicable. Felicidades a Ricalde y Hernández por revalorar este género, amenazado por la vulgarización. Con estos dos minutos y medio de cinismo han vuelto a tradición marcada por Ahumada, Bejarano, Imaz y han puesto muy en alto el nombre del auténtico videoescándalo.

 

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