Cuando
se habla de justicia se cree que puede ser como un premio de lotería, que puede
llegar en cualquier momento y siempre será bien recibido. Pero resulta claro
que si a una persona no se le hace justicia en tiempo no podemos hablar de
justicia. Es mera opinión, porque tengo la desgracia de no ser abogado, pero el
sentido común indica que así debería ser.
Esto
viene a cuento por el caso del maestro chiapaneco Alberto Patishtán Gómez,
quien ha obtenido un triunfo parcial y a destiempo. Parcial, porque no ha sido
exonerado de los cargos que se le imputaban, a saber, el homicidio de siete
policías estatales abatidos a tiros en una emboscada en el paraje Las Lagunas
de Las Limas, municipio de Simojovel, el 12 de junio del 2000. Fue indultado,
es decir, perdonado por un crimen del cual, en términos legales, es culpable. A
destiempo, por obvias razones. En el juzgado de Tuxtla Gutiérrez donde se
estudió el recurso de reconocimiento de inocencia interpuesto por el indígena
tzotzil, fue declarado infundado.
La razón por la cual obtuvo su
libertad fue la reforma que otorga al Presidente de la República la facultad de
aplicar el indulto a presos cuando se tengan pruebas de violaciones a sus
derechos humanos, en clara referencia a este caso.
Así se dio la libertad al profesor que
pasó los últimos 13 años en la doble oscuridad de su celda y de su afección
ocular. Ni siquiera se puede hablar de la reparación de un daño: es un remedo
de justicia.
Patishtán sigue proclamando su
inocencia. Si fuera cierto (legalmente no lo es) queda otra pregunta: ¿quién
mató a los siete policías aquel día del año 2000? Ellos también merecen que se
les haga justicia.
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