El
viernes 20 de enero de 2017 el mundo entró en una nueva era. Para algunos,
apenas comparable con la caída del meteorito que extinguió a los dinosaurios.
Un tsunami que barriera la tierra y tras el cual se implantara de nueva cuenta
el tribunal de la Santa Inquisición. Una era glacial que arranca con la
construcción de un muro.
Para
otros, no es más que un paso adelante en la historia de una relación siempre
conflictiva: la nación más poderosa del mundo y su vecino pobre. La desigualdad
se refleja en todos los aspectos de dicha vecindad: económico, social,
comercial, cultural. La caricatura Speedy González explica completamente la
esencia de esa relación: el juego del gato y el ratón.
Pero
de repente, esa nación mermada inclusive en su territorio, se volvió un enemigo
fabuloso. En la mente del candidato Donald Trump, los mexicanos se volvieron
una tribu más peligrosa que los hunos que invadieron Roma. Violadores,
asesinos, invasores que buscaban reconquistar los territorios ganados por los
EU en buena lid. Los malos de malolandia.
Había
que salvar al país de los bravos y los libre de la nación bárbara. Cerrar las
fronteras para evitar la invasión. Y echar abajo el Tratado de Libre Comercio,
con el cual la abusiva nación se aprovechaba de los indefensos americanos. Y
funcionó como bandera de campaña y todos hubieran respirado aliviados si en
ello quedara el asunto.
Y,
en efecto, todo quedaría en agua de borrajas si sólo se tratara del pleito de
dos vecinos. Pero los que eran las lógicas balandronadas del candidato se
transformaron en las amenazas del mandatario: a China y al mundo árabe, a la
Comunidad Económica Europea, a Alemania y a Hollywood. A los medios y hasta a
Twitter. Un hombre contra el mundo.
Los
temores no son infundados. La amenaza de un invierno nuclear de cuatro años se
abalanza sobre el mundo. Y las señales de alerta han activado a todos los
aludidos: China, Alemania y la propia oposición de estadounidenses, que
entienden que el racismo, la xenofobia, la intolerancia, el proteccionismo y el
chovinismo no son la causa por la cual Estados Unidos ha mantenido su hegemonía
en el mundo. Y a menos que la historia comience a caminar al revés, las
consecuencias del “trumpismo” serán terribles, no sólo para quienes hoy se le
oponen y él intenta destruir, sino aun para aquellos que pretende favorecer.
Las
economías se preparan para un vendaval. Pero leyes internas, más fuertes que
los capricho y los prejuicios, se preparan para regular los efectos de la nueva
glaciación.
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