Supondríamos
que creer es cuestión de razones o argumentos. En la mayoría de los casos
encontramos que no es así: creer es una decisión, casi siempre basada en
emociones, deseos, fobias y otros elementos irracionales, antes que en hechos.
Pensemos
en la Navidad. Es un hecho que Cristo no nació en 25 de diciembre del año 1 de
nuestra era (o su correspondiente en el calendario que se llevara en esa
época). Y ello por dos razones principales. Primero, por un cambio premeditado
que atribuyó a la Navidad cristiana la fecha de las saturnales romanas;
segundo, por un error en el cálculo del año de nacimiento de Cristo.
Las
saturnales eran, como su nombre lo indica, fiestas en honor al dios romano de
la agricultura, Saturno. Se celebraban en fechas que correspondían a los días
del 17 al 23 de diciembre de nuestro calendario, es decir, previas al evento
astronómico del solsticio de primavera. Representaban el nacimiento del nuevo
sol y, por ser el inicio del año agrícola, también incluían adornar árboles y
dar regalos.
Los
romanos no introducían árboles a los hogares. Esta costumbre está relacionada
con la cultura celta, la más antigua de Europa y que abarcó los territorios actuales
de España, Francia e Inglaterra, cuyos sacerdotes, los druidas, aconsejaban
cortar un árbol (el acebo, árbol cuyos frutos rojos fueron usados mucho tiempo
como adornos navideños) y ponerlo dentro de las casas como protección contra
hadas y duendes. En fecha muy posterior (723 d.C.), San Bonifacio derribó en la
comunidad de Geismar (que hoy se encuentra en Alemania) un roble dedicado al
dios Thor y lo sustituyó por un pino que representaría la Trinidad. Ésta fue la
cristianización del árbol de Navidad, aunque la tradición era inmemorial.
Cuando
el emperador romano Constantino I se convirtió al cristianismo en 312 d.C.
decretó que el 25 de diciembre, fecha del nacimiento del sol, fuera también
aquella en la cual se celebraría la llegada de Cristo. Los cristianos antiguos
nunca conmemoraron el nacimiento de Jesús pues no consta en la escritura que el
Maestro haya instituido tal celebración a sus discípulos ni hay una fecha que
se pueda atribuir razonablemente a este hecho.
Finalmente,
un monje de Escitia (territorio que hoy se sitúa entre Rumania y Bulgaria),
Dionisio El Exiguo, hizo en 533 d.C. un cálculo de la fecha del nacimiento de
Cristo, combinando el calendario solar con el lunar. Estableció el año del
nacimiento de Cristo en el 753 desde la fundación de Roma, debido a que fechó
erróneamente el reinado de Herodes I El Grande (el de la supuesta Matanza de
los Inocentes). Enmendando este error, Jesús pudo haber nacido hacia el 758 de
la fundación, unos 4 o 5 años antes de Cristo, en fecha imposible de determinar.
Pero
eso no debe ser importante: en estas fechas nos celebramos a nosotros mismos,
celebramos nuestra esperanza en un futuro mejor. Creer no depende de fechas y
datos históricos. Depende de nuestras ganas de creer.
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