Los Reyes Magos ¡y olé!

 

1. Otro tropezón papal
Una palabra quizá resuma el pontificado de Benedicto XVI: desatino. Nunca la falta de sinceridad ni rehuir al compromiso. Pero sí la aclaración a destiempo y el desencuentro con los medios.
El más reciente malentendido no fue grave y hasta puede tener un ribete de humor. Se trata de una noticia que, palabras más o menos, señalaba que de acuerdo con el pontífice, los tres Reyes Magos eran de ¡Andalucía! Tal fue la interpretación que hicieron las agencias noticiosas de las palabras, aparecidas en La infancia de Jesús, (Ratzinger, Joseph/Benedicto XVI, La infancia de Jesús, Planeta 2012). Y como en otras ocasiones, más tardó en darse a conocer la noticia que en comenzar la andanada de chistes sobre los gitanísimos Reyes Magos. Por ejemplo, su ascendiente andaluz explicaría por qué sólo trabajan un día al año. O si en vez de oro, incienso y mirra portaban jamón serrano, langostinos y un vinillo de Huelva.
Lo cierto es que esta aproximación periodística funciona más como marketing para el libro que como verdadera explicación del texto de Benedicto XVI. Porque ni él ni nadie han afirmado jamás que los Reyes Magos sean españoles. Sólo es otro desencuentro del papa con los medios.
 
2. Ni eran tres ni eran reyes
Los magos de oriente tienen tanta importancia para el cumplimiento de las profecías bíblicas que es casi increíble la parquedad con que los trata el Nuevo Testamento. De los cuatro evangelios canónicos, sólo uno, el de Mateo, los menciona. Y su participación es discreta, cuando no oscura. Señala Mateo:
“2 1Nacido, pues, Jesús en Belén de Judá en los días del rey Herodes, llegaron del Oriente a Jerusalén unos magos diciendo: ¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? (…) 11 Y al entrar en la casa, vieron al niño con su madre María, y postrándose, lo adoraron; y abriendo sus tesoros, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra.” (Trad. Reina-Valera)
Nada más.
La interpretación más conocida es que eran sabios astrónomos de origen persa, que era la acepción de la palabra griega magoi en la época y no brujo o hechicero, como podría creerse. El evangelio de Mateo está escrito en griego. La significación es profunda: para los propios judíos el hecho pasa inadvertido. Tienen que ser estos extranjeros quienes reconozcan la naturaleza del rey (oro), dios (incienso) y hombre (mirra) que acaba de nacer. Es una certificación, en términos modernos.
Adviértase que el evangelio no dice que fueran tres los magos, sino los regalos. Su origen también es nebuloso: Oriente. ¿Y los nombres? La transcripción latina de una crónica griega, Excerpta latina barbari (Extractos en mal latín) les da nombre, anota la maestra Ikram Antaki: Bitisarea, Melichior y Gataspa. La fecha de este escrito puede ser el siglo V o VI de nuestra era. Se conserva un manuscrito del fin del siglo VII, en la Biblioteca Nacional de París, donde se les da estos nombres.
Es esta falta de datos y la necesidad de saber aquello que ya era imposible de recopilar, lo que originó la escritura de un grupo de evangelios apócrifos (hay varios grupos, de hecho) que se conocen como los de la natividad e infancia de Jesús.
Uno de los más tardíos es el llamado Evangelio armenio de la infancia, de autor desconocido y escrito tal vez en el siglo V de nuestra era. Y es en este relato donde los magos se vuelven reyes y reciben nombre y origen:
 XI 1 (…) El primero era Melkon, rey de los persas; el segundo, Gaspar, rey de los indios; y el tercero, Baltasar, rey de los árabes. Y los jefes de su ejército, investidos del mando general, eran en número de doce.”
Resulta curioso que estos datos, aportados por el apócrifo, sean parte de los santorales de hoy. Pero aún estos parientes pobres de los Evangelios oficiales tienen, con su fantasía e ingenuidad, fuerza para perdurar en el imaginario popular.
En el Libro Pontifical, o De Vita Pontificum Ravennatum, que se compuso, según Muratori, hacia 805, se les designa por vez primera con los conocidos nombres de  Melchor, Gaspar y Baltasar.

3. Historia de un camello o lo que el papa quiso decir
¿Y Tartessos? ¿Dónde entra España en toda esta historia? Con este nombre conocían los griegos a una antigua civilización que debe haber prosperado en la península ibérica. No se sabe dónde puede haber estado Tartessos o si existió siquiera. También se llamaba así al río Guadalquivir. Algunos historiadores han sugerido que pudiera haber sido la antigua ciudad fenicia de Gadir, hoy Cádiz. Los tartésicos debieron prosperar desde el año mil a.C. hasta el siglo VI a.C. Existen en efecto varios sitios arqueológicos de la cultura tartésica y citas de Heródoto sobre el reinado de Argantonio, hacia el año 600 a.C. También hay un pasaje bíblico que menciona que Salomón tenía barcos en Tarsis, pero no es posible identificar a esta ciudad con el Tartessos histórico.
Entonces, a menos que los puntos cardinales hayan cambiado de entonces a la fecha, Tarsis no está al oriente, sino al occidente de Jerusalén. ¿Cómo pudo equivocarse de esa forma el de por sí infalible sumo pontífice?
Debemos leer con detenimiento el texto del papa:
"Así como la tradición de la Iglesia ha leído con toda naturalidad el relato de la Navidad sobre el trasfondo de Isaías 1,3, y de este modo llegaron al pesebre el buey y el asno, así también ha leído la historia de los Magos a la luz del Salmo 72,10 e Isaías 60. Y, de esta manera, los hombres sabios de Oriente se han convertido en reyes, y con ellos han entrado en el pesebre los camellos y los dromedarios. La promesa contenida en estos textos extiende la proveniencia de estos hombres hasta el extremo Occidente (Tarsis, Tartessos en España), pero la tradición ha desarrollado ulteriormente este anuncio de la universalidad de los reinos de aquellos soberanos, interpretándolos como reyes de los tres continentes entonces conocidos: África, Asia y Europa".
En derroche de síntesis, el papa juntó en este párrafo una larga historia. Dejando de lado al buey y al burro (que son parte de otra historia) en efecto, los magoi que refiere el evangelio fueron tomados por “reyes” en los evangelios apócrifos, como ya vimos y hasta recibieron nombre y reino.
La cita bíblica a que hace referencia Ratzinger, Isaías 60, dice:
“60 3 Y andarán las naciones a tu luz, y los reyes al resplandor de tu nacimiento.  (…)6Multitud de camellos te cubrirá; dromedarios de Madián y de Efa; vendrán todos los de Sabá; traerán oro e incienso, y publicarán alabanzas de Jehová. (…) 9 Ciertamente a mí esperarán los de la costa, y las naves de Tarsis desde el principio, para traer tus hijos de lejos, su plata y su oro con ellos, al nombre de Jehová tu Dios, y al Santo de Israel, que te ha glorificado.” (Trad. Reina-Valera)

Es decir, la profecía bíblica hablaba de que hombres y monarcas de todo el mundo conocido por los judíos, desde la actual España hasta Persia, irían a adorar al Mesías, pero (este “pero” es de Benedicto XVI) la tradición popular los acomodó en los tres continentes para ellos conocidos.
Pasar de las tres líneas que le dedica Mateo a estos magos de oriente a la parafernalia comercial del presente, al establo donde los ahora reyes se arrodillan con sus regalos, elefante, camello y todo lo demás, fue un proceso larguísimo, en que participaron muchas culturas, etnias y formas de pensar. Los Magos fueron un reconocimiento para los primeros cristianos, un pretexto para la política intervencionista de los reyes del Medievo, un ícono para los artistas del Renacimiento.
Hoy son la punta de lanza para la mercadotecnia de juguetes y hasta de libros.

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