Alguna vez quise ser profesor. Y en esa época no sabía lo
mucho que significaba serlo. Cuando los pocos maestros de la Normal que llegué
a conocer me dijeron que se trataba de una carrera modesta y que mejor buscara
una carrera universitaria, debí desconfiar. Los profes que me desanimaron
sabían que ese coto de poder político y económico no era para cualquiera. Miren
de todo lo que me privaron:
1.
Colocación
automática al salir de la Normal. ¿Para qué esforzarse haciendo méritos o
peregrinando en busca de empleo? De la escuela a la colocación y de ahí, al
cobro quincenal. Un camino directo, fast track, libre de headhunters, aunque
plagado de “coyotes”. Vaya lo uno por lo otro.
2.
Posibilidad
de comprar la plaza. Es una variante de lo anterior. Como no es tan fácil
conseguir una plaza, pues se compra, como unas placas de taxi. El monto
equivale al salario de un año, por lo que es fácil calcular el periodo de
retorno de la inversión.
3.
Uso
patrimonial de la plaza. Pues claro. Si yo compré mi plaza y la pagué con
dinero contante y sonante (aunque no haya factura de por medio) es de mi
propiedad. La puedo vender, prestar, regentear o heredar a mi hijo. El hecho de
que no haya estudiado en la escuela Normal no es obstáculo para ello. Si lo
hubiera hecho tampoco le serviría de mucho.
4.
Jornada
laboral de cuatro horas y media al día en semana inglesa. Eso nos da un
total de 22 horas y media a la semana. Compárese con cualquier empleo en el que
se exigen 48 horas de trabajo a la semana. Ser profesor representa trabajar
menos de la mitad de una jornada normal.
5.
Recorte
de horario en temporada invernal. Pues sí. En los días de duro cierzo
invernal la hora de entrada se recorre de las 8:00 a las 8:30. Pero eso no
significa que el horario de salida se recorra de la 1:00 a la 1:30. Eso
disminuye a 20 horas por semana la carga laboral, sin afectar la percepción de
los mentores. Todo sea por la salud de los niños. ¿Se puede pedir más?
6.
Tres
meses de aguinaldo. Pues sí: tal vez usted (como yo) perciba el aguinaldo
que marca la ley: 15 días cada año. Imagínese recibir seis veces más. Esto
tiene una consecuencia funesta: los erarios estatales deben enfrentar la dura
carga que representa esta prestación. De hecho ha puesto en jaque a más de uno.
7.
No
someterse a ningún tipo de evaluación obligatoria o de consecuencias legales.
Evaluación sí, pero sin consecuencias. Aquí los que deben saber son los
alumnos, no los maestros. En la realidad, no hay necesidad de entrar en
honduras o ponerle orejas de burro al profe.. Finalmente, si se pueden comprar
las plazas, ¿por qué no las evaluaciones?
8.
Posibilidad
de suspender clases al menor pretexto, sin necesidad de reponerlo o descontarlo
del salario. Si usted falta a su empleo, seguro le descontarán. Pero los
profes sindicalizados pueden faltar por puente, desfile, mitin, cursos
especiales, festividades injustificables y en ningún momento comprobables. Y
les pagan los días no trabajados.
9.
Posibilidad
de cobrar su salario íntegro sin dar clases. Este es el colmo de la gloria,
una de las tres grandes búsquedas de la humanidad: la piedra filosofal, la
fuente de la juventud y cómo vivir sin trabajar. Se les llama “comisionados
sindicales” y hacen de todo: apoyar a funcionarios, servir de secretarios o cualquier
nebulosa ocupación. Lo que sea, menos dar clase.
10.
Absoluta
impunidad. Nadie podría bloquear una calle o tirarle una pedrada a un
aparador sin que intervenga la policía. Pero la turba magisterial puede
destruir oficinas, mobiliario e inclusive incendiar edificios sin que un solo
uniformado se aparezca para impedirlo.
Sé que erré mi vocación, pero hay tiempo de rectificar. Es
cosa de buscar una plaza en venta, a precio razonable. Y llegar a cualquier
extremo de violencia, por repudiable que sea, para impedir que pase la reforma
educativa.
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