No sabemos qué es la Soberanía (mayúscula obligada). Esto se
desprende del debate mediático en torno a la Reforma Energética. “No
permitiremos que se venda la Soberanía del país”. “No está en juego la
Soberanía de México”. Cada quien lo
entiende a su manera: no desprenderse de un ícono del México
postrevolucionario, como lo es Pemex; no permitir la inversión privada en una
empresa paraestatal que envejece demasiado aprisa en un mundo que se acelera
día a día; evitar que el estado pierda el control sobre su principal fuente de
ingresos, pese a que dicha fuente esté cada vez más raquítica.
Se entenderá pues, que las bases de este debate son más bien
endebles. Queremos que no nos quiten algo que no sabemos qué es; de hecho,
tampoco podemos saber si de veras nos lo quieren quitar o ya nos lo habían
quitado y ni cuenta nos dimos. Si nos apegamos a los textos clásicos de ciencia
política, de Hobbes a Rousseau, el concepto de soberanía (ya con minúsculas) se
confunde con la idea de poder. Ser soberano es tener el poder o estar libre de
poderes superiores. Rousseau amplió esta noción, creando la de “soberanía
popular”, que es la base de las democracias modernas: la soberanía (el poder)
radica en el pueblo, entendido como el conjunto de todos los ciudadanos de una
nación. Hay una acuerdo común (implícito o explícito) para crear la nación,
instituir el poder por parte de los miembros del grupo y otorgar la
representación de dicha soberanía a un gobernante.
Vender la soberanía del país sería entregarla a un ente
externo, darle el poder a una nación extranjera, que es lo que en el fondo se
pretende decir: que permitir la inversión privada en Pemex sea entregar el
gobierno del país (o una parte del mismo, si esto es posible) al gobierno
norteamericano, para decirlo claro. Esta identificación de la paraestatal con
el poder mismo de México se entiende porque es su más grande fuente de ingresos,
pero aún así resulta excesiva. Pemex es una empresa, aunque nunca la hemos
querido ver así. Tal vez por eso tampoco le exigimos la eficiencia y la
rentabilidad que se le pediría a cualquier empresa. La entendemos como una
dádiva, como un recurso en el que puede descansar la ineficiencia de otros
sectores de nuestra economía. ¿Cómo quitarnos ese rico filón? ¿De qué vamos a
vivir? ¿Del campo? ¿De la industria manufacturera?
Lo cierto es que sin una fuerte inversión, Pemex va hacia la
parálisis, pasando del reumatismo a la arterioesclerosis múltiple. Si el
control sobre el monopolio estatal es equivalente a la Soberanía de este país, no
ha sido propiedad de los mexicanos, sino de un sindicato corrupto y de muchas
administraciones ineficientes. Si permitir la inversión privada en una empresa
que se asfixia de achacosidad es vender la Soberanía del país, vendámosla ahora
que aún nos pueden dar algo.
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