Comenzaremos este comentario con un chiste malo: en esta
época en que los grandes males nacionales se remedian con una iniciativa de
reforma constitucional, no estaría mal que algún legislador avezado propusiera
cambios a la climatología para evitar las tragedias que estamos viviendo. Es
lógico que ni las intervenciones en tribuna ni los decretos detengan a los huracanes,
pero ¿por qué creer entonces que sí pueden cambiar la economía o el ímpetu de
los maestros de la CNTE?
En un plan menos absurdo, vale la pena escuchar las quejas
de los damnificados. Éstas van en dos sentidos:
Primera queja: si las autoridades sabían que el huracán
venía para acá, ¿por qué no nos desalojaron?
Esta inconformidad tiene el problema de que ignora la
naturaleza errática de los huracanes. Aunque se puede definir a grandes rasgos
la posible trayectoria del fenómeno, un dato tan simple como el punto donde
arribará a tierra abarca una zona de varios kilómetros de litoral. Pensemos qué
tan probable era desalojar a la población de Guerrero que resultó afectada, por
ejemplo. Hubiera sido necesario evacuar un territorio tan grande como el que va
desde Chilpancingo hasta Punta Diamante.
Segunda queja: la ayuda tardó mucho en llegar y ha sido
insuficiente.
Esto tiene más sentido. Pero aún en este caso activar el
plan DN III era complicado. El tamaño de la eventualidad fue tal que el mismo
aeropuerto de Acapulco resultó completamente inundado. Las circunstancias
rebasaron la capacidad de respuesta de las autoridades.
Por lo que hace al recurso dispuesto para el Fondo Nacional
para Desastres (Fonden) siempre será insuficiente, si la idea es reparar al
cien por ciento los daños ocasionados por la eventualidad. Consideremos que los
daños hasta el cierre de esta columna se evaluaban en 16 mil millones de pesos
y el Fonden cuenta con 6 mil millones, de los cuales ya se habían canalizado
238 millones sólo para el estado de Guerrero.
Si algo se puede señalar como deficiente, fueron dos cosas:
predicción y prevención. El gobierno no pudo calcular lo que este efecto
combinado podía acarrear. En pocas horas los cuerpos de auxilio estaban tan
desbordados como los ríos de las zonas afectadas. Los pobladores nunca
imaginaron que algo así ocurriría y no estaban capacitados para enfrentarlo.
Lo único que se puede hacer, a partir de esta experiencia,
es incrementar el monto y los recursos humanos dispuestos para los desastres
naturales. Y capacitar a la población para lo inesperado, aunque este aspecto
es más difícil de cubrir.
Hoy sólo queda aportar toda la ayuda posible para las
víctimas del desastre.
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