En
cualquier tipo de comunicación lo que se calla es más revelador que lo que se
dice. Y si el medio es el mensaje, los que participan de la comunicación son
igualmente parte de dicho mensaje. Es el caso de la llamada “entrevista” que el
actor norteamericano Sean Penn le hiciera al narcotraficante mexicano Joaquín
Guzmán Loera, el popularísimo Chapo. ¿Qué puede ser importante de dicha
comunicación, que no pasó de un listado de preguntas tópicas, inanes y previsibles?
Pues que el entrevistado no era otro que el hombre más buscado de México. Y que
a pesar de la exhaustiva búsqueda de los cuerpos de seguridad de nuestro país,
dos actores pudieron dar con él, saludarlo y hacer esta pantomima que
enternecería a un estudiante de periodismo. Nada más. El interrogatorio, digno
de una revista rosa, fue tan ineficaz que nada relevante salió del mismo.
El
contenido de la “entrevista” fue poco comentado por loe medios locales.
Destacaron la declaración del delincuente, en el sentido de que el narcotráfico
no desaparecerá con él, lo que es una obviedad, una tautología, casi una
perogrullada. La revista Rolling Stone lo presentó como su gran exclusiva, pero
sin presumir su contenido. Al presentar la entrevista, el medio norteamericano
aclaró que las preguntas fueron transmitidas a Guzmán Loera por medio del
servicio de mensajes de Black Berry, lo que tal vez explique el carácter casi
mecánico del interrogatorio.
Y
si le faltara un toque morboso y dramático, aparece Kate del Castillo, la
actriz bella, carismática, que ha interpretado el rol de una lideresa del
narco: el elemento “romántico” que faltaba. Los medios, las redes sociales y la
imaginación popular armaron una o varias tramas menos sosas que la entrevista:
la mujer ambiciosa que usa sus encantos para beneficiarse económicamente de la
filmación de una biografía del capo; el hombre silvestre, deslumbrado por la
estrella cinematográfica, que pone en riesgo su clandestinidad; el actor venido
a reportero que busca incrementar su prestigio (o lo que sea) con la gran
exclusiva. Un drama de amor, traición y final trágico. No está mal. Con suerte,
algo de esto será cierto.
La
pregunta es ¿por qué? ¿Cómo hizo el par de actores para lograr el acercamiento
que no logró la policía? ¿Es en efecto otra historia en que la Bella atrapa a
la Bestia? Tal vez sólo sea producto de alucinaciones colectivas, de una
intoxicación debida al exceso de telenovelas.
Lo
que está más allá de toda duda es si esta comedia de errores fue ética o no. Lo
fue, más allá de los deseos de sus protagonistas: más que ética, fue necesaria
para evidenciar a todos los actores de esta farsa. Y obviamente, a un
ineficiente aparato de investigación y búsqueda, que fue el más expuesto en
esta ocasión.
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