AMLO, asesor de campaña


Que los extremos se tocan es verdad sabida y más aún en política. Que el paladín de la justicia mexicana y el odioso candidato de la reacción gringa tengan puntos de coincidencia no debe sorprender. A ambos los guía la idea pragmática de ganar a toda costa y eso hace posible estos puntos de contacto inverosímiles. Aún más: en éstos, los últimos días de la campaña por la presidencia de EU, pareciera que López Obrador asesorara a Donald Trump. Así de semejantes son los estilos de hacer campaña.

1. El discurso del odio. Lo usó Hitler y lo han usado las dictaduras ansiosas de resultados rápidos. Nada mueve más a la gente que el rencor hacia enemigos magnificados, que resumen todo aquello que odiamos: judíos, comunistas, terroristas, mexicanos, inmigrantes, chupacabras, priistas… Es la misma mecánica irracional que nos lleva a aplastar a un insecto que sabemos inofensivo pero repugnante.
2. El desprecio a las instituciones. ¿Qué puede odiar más el hombre de la calle, el ciudadano común y corriente, que las opresivas instituciones que nos coartan libertades y nos imponen gravámenes? ¿Y qué puede despreciar más el candidato que no se resigna a la derrota que las corruptas instituciones que no se doblegan ante sus deseos de llegar al poder? Al diablo con éstas, sean estadounidenses, mexicanas o extraterrestres.
3. El complotismo. Si a pesar de la magnética personalidad del candidato y sus actitudes triunfalistas las encuestas amañadas no lo favorecen y la prensa vendida lo presenta como perdedor de todos los debates, podemos delatar la existencia de un complot de las fuerzas del mal contra las del bien. Y no se preocupen por buscar las pruebas del complot: la mejor prueba del complot es que no hay pruebas.
4. El fraudentismo. Cuando el candidato ya se dio cuenta que se ha convertido en el capitán del Titanic y que el iceberg se acerca irremediable, queda un último pero infalible recurso: negarse a reconocer la derrota y aducir el fraude electoral. Como en el caso del complot, no son necesarias las pruebas. Se trata de construir un discurso, elaborar una leyenda urbana, no de interponer una demanda. Las consecuencias sociales son lo menos importante cuando se ha allanado nuestra legítima aspiración de llegar a la silla presidencial o a la oficina oval. Pero por favor, no se le ocurra declararse “presidente legítimo”: una cosa es defender un sueño y otra, hacer el ridículo.

Algún lector avezado pudiera pensar que éste es un análisis inmediatista, hecho en las rodillas y sin pizca de profundidad. Tendrá toda la razón. Las semejanzas entre Trump y López Obrador pueden parecer superficiales pero como dijo Jesús Reyes Heroles, en política la forma es fondo. Y en la forma de actuar de ambos se manifiesta el pensamiento del demagogo, del político que ve en el electorado a la mansa turba cuya única virtud es votar, aclamar y acatar al hombre providencial que viene a salvarnos.  

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