Ahora que se ha puesto de moda hablar de los
anarquistas, vale la pena recordar al escritor y filósofo norteamericano Henry
David Thoreau por más de una razón. Hablamos, obviamente de su ensayo más
conocido e influyente, La desobediencia civil, que diera a conocer en 1848 y
que inspirara las luchas no violentas de Mahatma Gandhi y Martin Luther King.
También tuvo repercusión en las ideas del escritor anarcopacifista León
Tolstoi, el autor de La guerra y la paz.
Thoreau era más que un teórico, un hombre de
acción. En 1846 decidió negarse a pagar impuestos al gobierno norteamericano,
entre otras cosas porque le parecía injusta la guerra contra México. Por sus
posiciones políticas fue detenido y pasó una noche en cárcel.
De forma muy simplificada, Thoreau pensaba
que el gobierno es sólo el medio escogido por el pueblo para ejecutar su
voluntad. Por consiguiente, una forma de enfrentar a un gobierno tiránico o
ineficiente es negarse a la obediencia, que es una forma de retirarle el poder
que el pueblo le confirió.
Su ideal era tan refractario a la acción de
un gobierno que aplastara al ciudadano, que señaló: “El mejor gobierno es el
que no gobierna en absoluto y, cuando los hombres estén preparados para él,
éste será el tipo de gobierno que todos tendrán.”
De entonces a la fecha se ha desarrollado una teoría de los fundamentos
y las razones de la desobediencia civil. En el extremo, la desobediencia civil
generalizada puede provocar la caída de un régimen. En la fantasía, es el
planteamiento del famoso comic V de venganza, de Alan Moore y la película que
se basó en aquél: el poder no radica en los gobernantes, en el ejército o en el
edificio del parlamento, está en la gente y es la gente quien lo puede dar o
quitar. De ahí se inspiró uno de los colectivos anarquistas más influyentes en
el ciberespacio, Anonymous. En la realidad, fue el mecanismo por el cual cayó
el muro de Berlín.
Pero en México interpretamos las cosas de otra manera. Nuestros “anarquistas” son vándalos que
destruyen edificios públicos y asaltan supermercados -por razones políticas,
suponemos. Y la desobediencia civil consiste en bloquear Paseo de la Reforma,
el aeropuerto y hasta la modesta TAPO. La vuelta a las calles de Andrés Manuel
López Obrador no aterroriza tanto al régimen como a los comerciantes del centro
histórico del Distrito Federal.
¿Por qué las acciones sufridas en la ciudad de México no pueden ser
consideradas seriamente como actos de desobediencia civil? Porque no dañan en
lo mínimo al gobierno. No ayudan a comprender las causas de la protesta, no
abonan al debate de los puntos en cuestión. Molestan, irritan, perjudican a la
ciudadanía en general. No suman, no hacen que la gente se mueva en el sentido
que pretenden sus organizadores. ¿Quién, en su sano juicio, puede apoyar o
sentir simpatía por estos métodos de presión? Estas acciones sólo han merecido
el repudio de los ciudadanos. Y con sobrada razón.
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