Si alguien
me preguntara qué es ser anarquista, le diría que no significa nada. Primero,
porque no es un ideología ni mucho menos un dogma de fe. Es, por el contrario,
una posición vital pero mucho más que una intuición. Es la duda metodológica llevada al terreno
social, el hecho de cuestionar toda aquella propuesta autoritaria que no haya
demostrado su autoridad moral y racional, antes que su poder coercitivo.
Desde que Pierre-Joseph
Proudhon reclamó para sí el nombre de anarquista muchos hombres y mujeres se
han atrevido a colocarse este membrete. Como ocurre en cualquier grupo humano,
la no muy larga lista de anarquistas incluye una minoría egregia y una mayoría
más bien insípida. A la primera
pertenecen los nombres de Sebastien Faure, León Tolstoi, Piotr Kropotkin,
Ricardo Flores Magón, Henry David Thoreau, los mártires de Chicago y, en la
actualidad, a una de las más saludables personalidades norteamericanas, Noam
Chomsky. A la segunda, algunos
delincuentes del orden común y magnicidas sin una claridad de ideas y
objetivos.
Aunque
muchos anarquistas reivindicaron la vía armada, como Mikhail Bakunin o el
propio Flores Magón, es un error suponer que el anarquismo es la búsqueda del
caos y la destrucción del orden social. Esta idea la han difundido los enemigos
del anarquismo y lamentablemente, muchos que se dicen anarquistas la confirman
con su estulticia.
Grandes
escritores han defendido el ideal libertario del anarquismo. Jack London
defendió a los magonistas, Anatole
France condenó la ejecución del pedagogo anarquista Francesc Ferrer i Guardia,
Borges dijo que algún día mereceremos no tener gobierno, Sartre dijo que todos
los gobiernos son reaccionarios. El
anarquista no odia al gobierno, como el ateo no odia las religiones. Cuestiona,
indaga, analiza y exige al poder que demuestre la validez moral de sus
acciones. Surge de la razón, no de la visceralidad.
Este mar de
ideas que abarca ya tres siglos contrasta con la ausencia de propuestas y la
violencia sin razón de los jóvenes que realizaron actos delictivos el pasado 2
de octubre. Su rebeldía natural y su molestia justificada merecen un cauce
menos estrecho que el de un manual para hacer bombas Molotov. Los anarquistas proceden
de una gran tradición de pensadores, filósofos y escritores. Consideremos lo complicado
que es pensar, debatir, definir un plan de acción y llevarlo a la práctica,
ante lo fácil que es arrojar piedras y rayar paredes.
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