Las
circunstancias de la séptima visita de un papa a México son tan radicalmente
diferentes a la primera que vale la pena señalar cuánto ha cambiado el mundo,
el país y la misma iglesia católica para entender el cambio en el discurso y el
golpe de timón que opera en el Vaticano desde la entronización del pontífice
argentino.
Si
nos trasladamos al 26 de enero de 1978 en lo que fue la sorpresiva primera
visita de un “vicario de Cristo” a nuestro país, entenderemos cómo los
intereses de la llamada “Santa Sede” han virado 180 grados. Karol Woytila, hoy
canonizado como San Juan Pablo II, acudió a la Conferencia Episcopal
Latinoamericana (Celam) de Puebla con la clara intención de frenar el ascenso
de la Teología de la Liberación. Las revoluciones centroamericanas habían
generado un santoral de sacerdotes izquierdistas que encabezaba monseñor Óscar
Arnulfo Romero, asesinado en El Salvador; el poeta, político y sacerdote
Ernesto Cardenal, en Nicaragua; y como claro antecedente, al
sacerdote-guerrillero colombiano Camilo Torres Restrepo.
En
México la voz del obispo de Cuernavaca, Sergio Méndez Arceo, sonaba fuerte en
contra de los yerros e injusticias del sistema político mexicano y su posición,
abiertamente izquierdista, era demasiado para un hombre que había conocido los
excesos del socialismo soviético. Mientras que al este del muro de Berlín el
marxismo era sinónimo de opresión y dictadura, al oeste sonaba como una
esperanza para enfrentar al colonialismo norteamericano. Estas posiciones nunca
pudieron reconciliarse.
El
punto lamentable de este desencuentro se dio, precisamente, entre Woytila y
Cardenal, cuando el papa encaró públicamente al sacerdote y funcionario del
gobierno sandinista, regañándolo por difundir la Teología de la Liberación y
ser funcionario del gobierno nicaragüense. Además, suspendió de sus votos
sacerdotales a Cardenal y otros tres compañeros de aquél. Este error ya ha sido
enmendado por el hoy pontífice Jorge
Mario Bergoglio.
Si
Woytila era severo con los apóstatas era blando hasta la complicidad con los
sacerdotes pederastas. Esto sembró una mina que acabó estallando en el
pontificado de Joseph Ratzinger, Benedicto XVI, quien no tuvo más remedio que
encarar el gravísimo problema.
La
vista de Ratzinger a Guanajuato, del 24 al 28 de marzo de 2012, resumió lo errático
de su pontificado: se refirió a varios problemas sociales, aunque previamente,
como prefecto para la Congregación de la Doctrina de la Fe, condenó a quienes
abrazaron la Teología de la Liberación.
Ahora
es un papa latinoamericano, liberal, jesuita, quien busca darle credibilidad a
una iglesia golpeada por escándalos. Sensible a los problemas sociales, no
promete soluciones, pero tampoco encubrimiento. En una época de tensiones, ha
buscado el acercamiento con la iglesia ortodoxa y con el Islam. Quizá no pase
de un regaño, pero su mensaje en México augura nuevos tiempos. Tal vez no
mejores, pero sí nuevos.
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