Tras un ascenso fulgurante, en que de
oscuro profesor pasó a virrey del estado de Coahuila y de ahí a ser la mano que
dio el espaldarazo a Enrique Peña Nieto, la carrera de Humberto Moreira Valdés
ha sido una sucesión de descalabros, con una constante: la más absoluta
impunidad.
Y tal vez no sea del todo su culpa: le tocó vivir una época en que
la presencia de un panista en Los Pinos (dos, en realidad) generó un flujo de
recursos generoso y hasta desproporcionado, que fue aplicado de forma autónoma
y discrecional por los gobernadores. Respaldada por precios del petróleo que
hoy parecen salidos de un cuento de hadas, la federación (panista) trató de neutralizar
la presencia mayoritaria del PRI en las gubernaturas consintiendo excesos “federalistas”
que más tarde le fue imposible contener. De ahí surgió una generación de
gobernadores saqueadores que más tarde serían perseguidos y encarcelados
(algunos). De hecho, en la lista de los 10 más corruptos del 2013, dada a
conocer por la revista Forbes, la mitad son exgobernadores: Andrés Granier
Melo, de Tabasco; Tomás Yarrington, de Tamaulipas; Humberto Moreira, de
Coahuila; Fidel Herrera, de Veracruz; y Arturo Montiel, del Estado de
México. De esta acusación, por cierto, Moreira se quejó, pidiendo a Forbes una
retractación que nunca ocurrió.
Pero cuando se encontraba al frente
del PRI y feliz de ser quien levantara la mano del inminente sucesor de Felipe
Calderón, las cosas empezaron a desdibujarse. La Secretaría de Hacienda reveló que
la deuda de Coahuila había crecido de 323 millones de pesos en 2005, a 36 mil
675 millones en septiembre de 2011. Un modesto incremento del mil por ciento.
El castigo para Moreira fue bajarse del carro, teniendo que renunciar a la
dirigencia priista. Previsiblemente las investigaciones de la PGR en su contra
no dieron resultados. Pero, si era inocente como la madre Teresa de Calcuta
¿por qué nunca volvió al primer plano? Había sido electo para dirigir al
tricolor hasta 2015. Pero a partir de las acusaciones fue sólo un apestado de
la política.
Perseguido por la calumnia, más tarde
se le vinculó con el cártel de los Zetas. Tampoco se le comprobó nada, pero la
ejecución de su hijo, José Eduardo Moreira Rodríguez, y un narcoletrero cuyo
mensaje no se dio a conocer, fueron una prueba terrible de sus nexos con el
crimen organizado.
Ahora, tras su detención en España, donde
se le acusó de lavado de dinero, malversación de recursos públicos, organización
criminal y cohecho, es
nuevamente liberado. Y a su regreso a México, zarandeado por la prensa y
vituperado con los gritos “¡ratero, ratero!”, clama por su honor y dice que le
han hecho un daño irreparable. Cierto, duele el boquete financiero que le causó
a Coahuila, pero su honor, ¿quién se lo repara?
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