Entre
todas las formas de hacer política, la de menores alcances, la más doméstica o
como decimos acá, la más rascuache, es la norteamericana. Los intereses
políticos están constreñidos al traspatio, cuando mucho al vecindario. La frase
de Donald Trump “fui elegido para representar a los ciudadanos de Pittsburgh,
no de París”, desnuda lo pobre de su visión. No es el estadista que proyecta su
liderazgo y el de su país para enfrentar una de las más graves amenazas que se
ciernen sobre el mundo, el cambio climático. No: es apenas el cacha votos que
trata de granjearse a las capas más radicalizadas e indocumentadas de “su”
electorado. Le habla a la clientela, no al futuro.
Como
buen merolico, ni siquiera debe articular un discurso coherente: los argumentos
de hoy mañana pueden valer nada, las verdades (aún las oficiales) son
transitorias, las mentiras (incluso las más obvias) pueden usarse como
comodines ideológicos. Urgido de salidas fáciles, abandona el acuerdo de
Francia, pero ya no esgrime la falsedad del cambio climático como pretexto:
ahora dice que habla por las empresas norteamericanas y los supuestos 2.7
millones de empleados que perderían sus puestos de trabajo si EU disminuye sus
emisiones de carbono.
Pero
hasta en la elección de la ciudad que dice defender es errático: Pittsburgh
votó abrumadoramente por Hilary Clinton, es decir, lo eligió tanto como París o
cualquier ciudad europea. Si fue por la mala fama de que alguna vez sufrió la
ciudad del acero, ¿acaso se quedó con la impresión de que Pittsburgh es una
especie de chimenea o caldera de carbón? No, desde hace muchos años. Pero aún
peor: ¿Pittsburgh está en un planeta diferente a París? ¿El dióxido de carbono
distingue los pulmones franceses de los gringos? O sea, ¿cuál de sus muchos
enemigos le escribe sus desatinados discursos al presidente norteamericano?
En el plano de los hechos, salvo algunas frases
presuntamente golpeadoras a las que es tan adicto el llamado “agente naranja”,
no implica nada su declaración. Estados Unidos pasará de no hacer nada por
disminuir sus emisiones de gases contaminantes a seguir sin hacer nada. Su afirmación
no es una declaratoria o un llamado a la acción, es una evasiva.
Por
eso debería importarnos poco su retiro de acuerdo. Mejor preguntémonos: ¿qué ha
hecho México al respecto? La respuesta es: tanto como Estados Unidos. Adherirse
a las buenas intenciones del Acuerdo de París sin realizar una sola acción
decisiva o rechazarlo y rehuir de sus compromisos, es lo mismo. Tratar de hacer
algo es nada. Negar la obligación de los gobiernos de las naciones
contaminantes de emprender acciones concretas, es estupidez. Reconocer la
verdad discursiva y cruzarse de brazos es hipocresía. Llegado el caso, da lo
mismo una que otra.
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