Toda vez que el mundo acaba hoy, ésta será la última columna
de esta Fe de Ratas. Lo que a fin de cuentas tampoco es una gran pérdida, si se
compara con el hecho de que todo cuanto vemos ya valió queso. Empero, de aquí a
que esto concluya, podemos darnos el lujo de dedicar unos minutos a una pequeña
reflexión.
Uno de los trabajos más sobrevalorados es sin duda el de
profeta, adivino o pitonisa. La creencia de que el futuro está formado por
hechos inevitables prefijados por seres superiores o deidades era propia de la
cultura helénica, donde los hados dirigían inclusive la vida de los dioses,
quienes no podían escapar de su designio. En esa época los oráculos contaban
con la credibilidad y el prestigio que hoy tienen algunos astrólogos
televisivos, aunque con más precisión que los actuales. Edipo, Odiseo y Aquiles
son una destacada muestra de que ese destino es totalmente ineludible y que los
intentos de los humanos por evitarlo sólo sirven para que se cumpla de manera
fatal. Quienes no hayan leído Edipo Rey o La Odisea, pueden darse una idea de
lo que digo si ven Terminator en una de las tantas repeticiones que pasan en la
TV por cable: el retorcido plan que urden quienes mandan al robot asesino para
evitar el nacimiento del héroe del futuro sólo sirve para que en efecto se
cierre este circuito.
La clave para una buena profecía es sin duda la vaguedad.
Nadie predijo el surgimiento del nazismo, la segunda guerra mundial o la bomba
atómica. Alguien, en un pasado remoto escribió que un ser de la oscuridad iba a
llevar la destrucción a toda Europa o que iba a surgir un poder tan grande que
podría arrasar con una ciudad. Después, un supuesto profesor de una
indocumentada universidad gringa descubre que eso se ajusta, como mucha
imaginación y poca ciencia, a los eventos que a mí se me ocurran. Un ser perverso
que envía al mundo a la hecatombe puede ser cualquier dictador en cualquier
época de la humanidad.
Sea el caso de Nostradamus. Sus escritos eran
voluntariamente oscuros y, a manera de coartada, se ha dicho que lo eran porque
pretendía pasar inadvertido para la Inquisición, lo que es una explicación a
posteriori, pues en documentos de la época no constan indicios de esta
persecución. Un hecho que además ha
ocurrido con toda su obra: las explicaciones son siempre posteriores al
vaticinio. Es decir, cuando los hechos ya han ocurrido, se amolda la supuesta
profecía. En términos modernos, esto equivale a dar el pronóstico del tiempo de
ayer. (De paso: la fecha que Nostradamus señaló para el fin del mundo fue el
año 3797, así que podemos iniciar la cuenta regresiva).
Entre los más notables adivinos está Girolamo Cardano.
Matemático italiano (1501-1576), médico y astrólogo, fue perseguido por la
inquisición por haber escrito el horóscopo de Jesús. En los libros de álgebra
se le menciona como coautor de la fórmula para la solución de las ecuaciones de
tercer grado, junto con Niccolo Fontana, conocido en su época como Tartaglia (“tartamudo”),
la llamada fórmula Tartaglia-Cardano. Cometió el error de creerse el cuento de
la astrología, así que predijo el día de su muerte y al aproximarse la fecha
fatídica tuvo que suicidarse. Si no tenía el don de la adivinación, por lo
menos tenía un ética profesional digna de mejor empeño.
Compárese con los astrólogos de hoy. Sin asomo de pudor, se
atreven a dar consejos de carácter general como si fueran predicciones: “Aries:
debes tomar una decisión muy importante. Recuerda que los indecisos no van a
ninguna parte”. Lo que es igualmente válido para cualquier signo astrológico y
para cualquier día del año. O dan supuestas predicciones que se pueden adaptar
a un sinnúmero de eventos: “recibirás una noticia que te dejará pasmado. Tómalo
con calma”.
Pero se entiende la necesidad de inventar predicciones, sean
basadas en el horóscopo chino, maya o tibetano (en el caso de que algo así
exista) en los ángeles, el Tarot o las líneas de la mano. El futuro no nos
pertenece. No hay herramientas para adelantarse al tremendo azar de la vida. Y
tenemos que aferrarnos a la débil esperanza de que un iletrado de voz ampulosa
y ademanes circenses, que de repente se siente con el don de conocer el futuro,
nos diga cualquier vaguedad, que puede interpretarse como sea. Quién sabe, tal
vez… y si no ¿qué más da?
Pero ese futuro de ficción tiene características que
reafirman nuestra creencia, nuestra fe: es lo que quisiéramos, es el presente
mejorado, es el pasado idílico al que quisiéramos volver. Toda visión del
futuro, sea catastrofista o halagüeña, es finalmente la proyección de nuestro
presente. Y la confianza de que hay cosas en el pasado y en el hipotético
futuro, que no cambiarán. Un madero en medio del naufragio de nuestra realidad.
Los Picapiedra o los Supersónicos, los Simpson o Futurama, la
profecía es interpretación de nuestro pasado y proyección de nuestros deseos y
temores hacia el futuro.
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