Un fantasma recorre el mundo: el fantasma del populismo.
El triunfo de Donald Trump se suma a resultados electorales absurdos e
inesperados como el Brexit, el No al proceso de paz en Colombia, el triunfo del
populismo en Grecia. Las encuestas fallan porque el electorado sabe
perfectamente que las propuestas de sus candidatos preferidos son
impresentables. Y si no pueden reconocer públicamente su adhesión al racismo, a
la misoginia, a la xenofobia y la homofobia, por lo menos en el anonimato
cómodo de la casilla electoral pueden dar rienda suelta a sus bajos instintos.
El voto es libre y, sobre todo, secreto.
En un país donde los indicadores económicos se encuentran
en sus mejores estándares ¿qué puede ofrecer Trump? No hay razones, sino
emociones: el miedo al terrorismo, la sensación de inseguridad, el recelo hacia
los políticos y el sistema, el odio hacia el otro, la actitud infantil de que
los problemas no están en mí, sino en un hecho externo, poco claro, pero
perfectamente rechazable.
Y apoyado en el abrumador impulso de la suma de todos los
odios, el inevitable presidente Trump tendrá que cumplir sus propuestas: deberá
construir un muro a lo largo de la frontera o fingir que tiene toda la
intención de hacerlo; deportar a la mano de obra más útil, barata y necesaria
para la economía norteamericana, la del inmigrante ilegal; echar abajo uno de
los instrumentos más productivos para las economías norteamericana y mexicana,
el Tratado de Libre Comercio para América del Norte.
Guardadas las proporciones, la llegada de Donald Trump a
la Casa Blanca es comparable al ascenso de Hitler: nadie lo tomó en serio,
nadie creyó que esa descarada propagación de exabruptos pudiera conformar una
verdadera campaña electoral. Y al llegar al poder, nadie creyó que llevaría a
cabo sus siniestras amenazas. Pero el ensoberbecido político siguió con sus propuestas
absurdas y arrastró al mundo en su locura.
¿Qué sigue? Un escenario de pesadilla para la economía
mexicana. Un rosario de focos amarillos a lo largo del mundo. Un retroceso
brutal, un salto al vacío. Cuatro años de profunda oscuridad. Una decepción
presente: Hillary Clinton y lo políticamente correcto. Una decepción futura:
Donald Trump, un populista reaccionario que tal vez pueda cumplir alguna de sus
promesas de campaña, pero que no hará mejor la vida de sus gobernados. Ni del
mundo.
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