La
difícil, casi imposible labor de los electores del 2018 no será analizar las
plataformas electorales, comparar trayectorias y tratar de identificarse con
las propuestas programáticas de los candidatos a los diferentes puestos de
elección popular, incluido el cargo más elevado, sino algo más simple y
deprimente: escoger al menos enlodado de los abanderados.
Todas
las estrategias son la misma: señalar la enorme viga de la corrupción en el ojo
ajeno. Habrá electores que sigan en el pasado, creyendo en la honorabilidad y
la capacidad de algún candidato. Los más serán aquellos que tengan una
identificación ideológica e intereses comunes al susodicho. Pero la mayoría
votarán por alguien en quien no están convencidos, al que saben incompetente o
corrupto, aunque lo harán en atención del mal menor. De lo malo, lo menos malo.
Unbreve repaso nos convencerá de ello.
El
“nuevo PRI” de Peña Nieto ha sido vapuleado no por la calumnia o la difamación,
sino por la simple realidad. La evidencia en contra de varios gobernadores y
funcionarios federales de alto rango ha sido contundente. De manera que cuando
los electores voten por el tricolor lo harán a sabiendas de que representa la
más añeja corrupción, sea porque se identifican con ésta, porque creen que les
beneficiará o porque las despensas siguen funcionando, pese a todo.
En
el caso del PAN es visible un proceso de desgaste interno que va mellando su
muy mermada credibilidad. Cada nuevo escándalo en torno al patrimonio de su
líder Ricardo Anaya o al de sus familiares hace cimbrar el edificio blanquiazul
como un sismo. Y aún quienes lo critican, no señalan su corrupción sino su
avaricia, su ansia de asegurar tras bambalinas la ansiada postulación.
(Recordemos al senador Javier Lozano declarando sin rubor que no cometería la
“demagogia” de bajarse el sueldo “porque yo vivo de esto (...) Y luego entonces
qué, ¿a robar?”).
También
en el PRD la lideresa Alejandra Barrales ha sido señalada por el incremento
notable de sus bienes. Como se recordará, en julio de 2016 declaro inmuebles
por más de 25 millones de pesos, lo que es un gran avance para una persona que
en el año 2000 era azafata de una aerolínea en quiebra. Hoy, presidenta de un
partido cuyos principales cuadros están en desbandada, goza de cabal salud, lo
que no puede decirse del sol azteca.
Por
lo que hace a Andrés Manuel López Obrador, su reiterado intento de inventar
fantasmones de la política como “los de la mafia del poder” resulta cada vez
más inverosímil. Su error es la desmesura: todos los políticos son corruptos,
menos él. Todos los demás, aunque peleen entre ellos, en realidad son parte de
una maquinación ultrasecreta, una especie de iluminati empeñados en que no
llegue a Los Pinos. Pero al margen de estos rasgos esquizoides, es evidente que
la simple pregunta respecto a su subsistencia arroja dudas imposibles de
disipar. Y sus desplantes, como presentar su declaración 3de3 en ceros, no
hacen sino refrendar todas esas dudas.
La
actuación de los minipartidos conocidos como “la chiquillada” tampoco alienta
al votante. Su labor se ha reducido a apoyar a unos u otros para mantener el
registro. Ante este panorama será encomiable la decisión de los electores de
acudir a las urnas. Esto, si es que lo hacen libremente y creyendo aún en el
sufragio efectivo, lo cual también está en duda.
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